Día uno de la era Milei

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Un equívoco y una duda quedaron flotando tras la primera jornada del nuevo presidente: las fronteras de la casta y los ritos institucionales parecen destinados a una continua revisión

Cristina Kirchner quiso que su reinado se extendiera hasta el último minuto de su mandato de vicepresidenta, sin ceder un milímetro de protagonismo.

Antes de que comenzara la ceremonia del traspaso de un gobierno a otro tuvo un lapsus linguae monumental al explicar que los nuevos funcionarios al llegar firmarían el “libro de huésp… de autoridades”, se corrigió sobre la marcha. La lectura psicológica del fallido supone que en su inconsciente (o no tanto) sopla la idea de que Javier Milei y su gobierno son huéspedes pasajeros del poder y no autoridades constituidas, al menos, por los próximos cuatro años.

A diferencia de las últimas transmisiones del mando en las que los vicepresidentes salientes eran figuras meramente decorativas, esta vez la titular del Senado que se iba no solo se excedió en sus funciones protocolares, sino que se decidió a ser la maestra de ceremonias de todo el solemne acto, al que le quiso imponer cierta velocidad, como apurando un trámite molesto y quitándole toda la pompa que merecía, sin cuidar detalles básicos, como que la Biblia sobre la cual juraba el binomio presidencial estuviese más a tiro de sus integrantes.

No conforme con el fuck you, anular derecho en alto, al entrar al edificio del Congreso, que dedicó a quienes la hostigaron con algún cántico inapropiado, ni con el destrato al presidente saliente, al que a su llegada con otro gesto, que pareció decir “vía”, le indicó que no se detuviera y se adelantara, la viuda de Kirchner no pudo evitar bambolearse suavemente en las partes más rítmicas del Himno Nacional y meter las manos en sus bolsillos displicentemente, como si estuviese en una reunión de entrecasa con amigos, mientras el presidente entrante pronunciaba su juramento.

Con todo, demostró mejor onda con el flamante presidente –se rio divertida con él cuando descubrió que en la cabeza del bastón de mando estaban grabadas las cabezas de los amados perros de Milei– que con el saliente, que tras entregarle los atributos del poder hizo rápido mutis por el foro y debió ser llamado nuevamente a comparecer –siempre en un deslucido segundo plano– durante la jura de Victoria Villarruel, la nueva vicepresidente (así con “e”, como ella leyó al prometer lealtad y patriotismo en el desempeño de su alta función legislativa).

Así también, Milei dejó atrás el forzado lenguaje inclusivo con el que fatigó tanto el cuarto gobierno kirchnerista, al iniciar su discurso desde las escalinatas del palacio legislativo. “Argentinos –dijo sin distinción de sexos–: hoy comienza una nueva era en la Argentina.”

Otro gesto menor, pero no por ello menos significativo: no se transmitió la jura de los ministros, cuyas fotos y videos recorrieron el camino inverso, desde las redes sociales a los grandes medios de comunicación.

Así como Milei ganó en el balotaje sin maquillar su grave diagnóstico sobre la situación económica, en sus primeras palabras como presidente ya en ejercicio repitió varias veces las palabras “ajuste”, “shock” y “déficit fiscal”. Y aclaró, por si alguno tenía alguna duda, de que se trata de “el nuevo contrato social que eligieron los argentinos”. Ahora, a aguantarse.

En el tedeum, en la Catedral, Milei ratificó ante dignatarios de distintos credos que le hizo a Dios el mismo pedido que el rey Salomón: “sabiduría, templanza y coraje”. Al fin del día, ya en el Teatro Colón, sonó en su honor “Balada para un loco”.

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