El Dr. Gabriel Goitea, director del Hospital Vera Barros, encendió una alarma que ya no puede seguir ignorándose.

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El Dr. Gabriel Goitea, director del Hospital Vera Barros, encendió una alarma que ya no puede seguir ignorándose. Su testimonio, tras la multitudinaria juntada de motociclistas en la capital riojana, revela una postal tan repetida como dolorosa: jóvenes entre 15 y 21 años ingresando al hospital tras chocar haciendo piruetas.

No hubo heridos graves esta vez, pero el peligro no da tregua. El costo humano y económico es altísimo: hasta un millón de pesos por día de internación en terapia intensiva. Sin embargo, el verdadero costo es otro: la naturalización de la imprudencia.

Goitea no habló solo de cifras; habló de vidas. Habló de adolescentes sin casco, alcoholizados, viajando en grupo y a contramano. Habló de familias que muchas veces miran para otro lado, sin dimensionar el riesgo. Su frase resuena con crudeza: “Si los padres vieran lo que pasa en terapia con los chicos internados, no los dejarían salir de esa forma.”

La tragedia vial juvenil ya no es un hecho aislado. Es una epidemia social que combina falta de control, desinterés estatal y una cultura de la adrenalina mal entendida. Mientras las calles se llenan de motores y vértigo, los hospitales se llenan de consecuencias.

La solución no puede limitarse a más multas o controles: requiere educación vial real, campañas sostenidas y una profunda toma de conciencia familiar. Cada pirueta en la calle puede terminar en una cama de hospital o en una vida truncada.

La responsabilidad —como bien remarcó Goitea— es de todos. Porque cuando la imprudencia se vuelve costumbre, la tragedia deja de ser noticia para convertirse en rutina.

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